May 19, 2023 | Cooperador paulino

Contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana

Cooperador paulino

Por Lino Emilio Díez Valladares, SSS

Continúa la reflexión del papa Francisco sobre la aplicación de la reforma litúrgica. Después de Traditionis custodes, en la nueva carta apostólica Desiderio desideravi, entrega a la Iglesia un texto sobre la formación del pueblo de Dios.

Es una invitación a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza del rito. El encuentro con Dios no es fruto de una búsqueda interior individual de Cristo, sino que es un acontecimiento donado, que pertenece e implica a la totalidad de los fieles reunidos en él. La comunidad eclesial entra en el Cenáculo atraída por el deseo de Jesús de comer la Pascua con nosotros (Lc 22,15).

El texto y su rico contenido

El documento, dividido en sesenta y cinco párrafos, propone una serie de aportaciones sobre la teología de la liturgia como fundamento del itinerario formativo. La celebración, explica el Papa, no puede reducirse a la asimilación mental de una idea, sino que es una implicación existencial real con la persona de Cristo Jesús. Francisco no se sitúa en la necesaria dimensión jurídica de la celebración, pero tampoco en la didáctica propia de un directorio, sino que adopta una postura contemplativa más acorde con la naturaleza de la liturgia.

«Contemplar la belleza y la verdad de la celebración» (n. 1) significa, en efecto, meditar el Misterio de Dios en Jesucristo a través de los modos mismos en que este Misterio se revela y se comunica: mediante las palabras y los signos de la celebración. Se trata, pues, más bien de un texto de meditación, con una viva impronta bíblica, patrística y litúrgica, que ofrece muchas motivaciones para comprender la belleza de la verdad de la celebración litúrgica. De ella nace y se fortalece la comunión vivida en la caridad fraterna, que es el primer y más eficaz testimonio del Evangelio.

Aunque, en varias ocasiones, el Santo Padre afirma que no pretende tratar exhaustivamente los temas abordados, se ofrecen muchas intuiciones sobre el significado teológico de la liturgia, la necesidad de una formación litúrgica seria y vital de todo el pueblo de Dios y la importancia formativa de un arte de celebrar que concierne no solo a quienes la presiden.

Los ministros ordenados están llamados a tomar de la mano a los fieles bautizados e iniciarlos en la experiencia repetida de la Pascua. El presbítero es una presencia particular del Señor resucitado, que es el único protagonista de la acción celebrativa, y no «ciertamente nuestra inmadurez, que busca asumir un papel, una actitud y un modo de presentarse, que no le corresponden» (n. 57). Es la celebración misma, junto con el ejercicio del ministerio, la que educa a los sacerdotes en la calidad de presidentes, los forma con las palabras y los gestos que la liturgia pone en sus labios y en sus manos.

El texto advierte contra las trampas del individualismo y del subjetivismo (que recuerdan de nuevo al pelagianismo y al gnosticismo), así como del espiritualismo abstracto: estamos llamados a recuperar la capacidad –fundamental en la liturgia– de la acción y de la comprensión simbólicas. Haber perdido la capacidad de comprender el valor simbólico del cuerpo y de toda criatura –aclara el papa Bergoglio– hace que el lenguaje simbólico de la liturgia sea casi inaccesible para la humanidad de este tiempo; existe la tentación de renunciar a él y pretender explicarlo todo.

La carta aclara bien lo que significa la formación litúrgica en la Iglesia de hoy: un estudio de la liturgia que –más allá de un contexto exclusivamente académico– guíe a cada fiel al conocimiento del desarrollo de la celebración cristiana, para que todos puedan comprender los textos de las oraciones, los dinamismos rituales y su significado antropológico (n. 35). Todo esto no puede conquistarse de una vez para siempre, sino que requiere una formación permanente, caracterizada por «la humildad de los pequeños, actitud que abre al asombro» (n. 38).

La celebración, explica el Papa, no puede reducirse a la asimilación mental de una idea, sino que es una implicación existencial real con la persona de Cristo Jesús.

Manos del papa Benedicto XVI en su capilla ardiente

(CNS photo/Paul Haring)

En la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo

Petri beati, Pauli sacratissimi,
quos Christus almo consecravit sanguine,
Ecclesiarum deputavit principes.

Así canta la Iglesia celebrando a los santos Pedro y Pablo, a quienes Cristo consagró con sangre vivificante y consideró dignos de ser contados como príncipes de los apóstoles. En el día de su fiesta, júbilo de la fecundidad de la Iglesia, el Santo Padre, sucesor de Pedro, nos ofrecía una inesperada carta apostólica «sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios».

El título mismo es una obra maestra de condensación poética y la fecha no es casual. Es la de las llamas devoradoras del martirio, la de quienes miran la liturgia como el fuego que habita en el corazón de Jesús, la de quienes ven en su sacrificio, en el de Pedro y Pablo, en el –incruento– de la Eucaristía y de toda acción litúrgica de la Iglesia (cf. SC 7), la acción sacerdotal de Cristo, la ofrenda sacerdotal del Hijo de Dios, el amor que ardientemente deseaba derramar en el mundo. Jesús no es un gnóstico, ama del Amor que es. No hace cálculos, se ofrece. Anhela nuestro amor, como anhelaba el amor de la mujer de Samaria, cuando deseaba con irreprimible anhelo que ella se diera cuenta de que tenía sed de él. Por eso la liturgia es gratuidad y belleza, porque no pesa ni calcula, sino que ofrece y da amor. Por eso esta carta es una sinfonía de belleza, suntuosa y sobria como un crucifijo medieval, orgullosamente empeñada en despertar de nuevo en la percepción intelectual la capacidad de leer los símbolos, es decir, de acoger las realidades cumplidas, superando la angustia de la precariedad.

Desear el deseo de Dios

Deseamos el deseo del Santo Padre Francisco porque apunta al deseo de Dios. «No se entra en el Cenáculo sino por la atracción de su deseo de comer la Pascua con nosotros: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer”» (n. 20).

Biografía de Benedicto XVI por Pablo Blanco sarto

Adquiere la Carta Apstólica Desiderio desideravi en la Librería SAN PABLO

 

En cambio, el deseo del hombre de hoy parece llevarle muy lejos de Dios. Pretende una libertad absoluta, persigue un placer fácil e inmediato, una satisfacción que llene cada fragmento de su tiempo, cada espacio de su vida. Busca ser reconocido, admirado, aprobado. Quiere el poder como entretenimiento. Eso es lo que apetece el deseo del hombre, mientras solo sea un habitante del siglo y del mundo. Pero si entra en una iglesia donde se celebra la santa liturgia, corre el riesgo de desear algo totalmente distinto. Desea caer de rodillas; aunque el Santo Padre aclara: «la liturgia no tiene nada que ver con el moralismo ascético» (n. 20) y es más bien «un encuentro vivo con él» (n. 10), hasta el vértigo de convertirse en él, «hijos en el Hijo» (n. 15). Desea inclinar la cabeza, poder suplicar, alabar, servir, cantar, pedir la sabiduría, recoger el fruto del amor, verse envuelto en la belleza, tener una promesa de salvación que no falla, saborear, como escribe Guardini, «la grandeza de la oración» (n. 50).

Anunciar, celebrándolo, el Misterio de Dios

Esta carta es un vibrante llamamiento a la formación litúrgica de los fieles. Es un verdadero tratado de teología de la liturgia según el papa Francisco. En un momento de gran fragmentación de las formas de celebrar, en el que el choque de sensibilidades puede resultar difícil para muchos, y en el que los documentos que resumen el proceso sinodal ponen de manifiesto las dificultades de los fieles respecto a las instituciones y prácticas actuales, esta carta es un texto de gran importancia: ofrece a la Iglesia latina orientaciones para la regulación de la vida litúrgica que no se basan, como algunos desearían, en un refuerzo del aparato disciplinar, ni por tanto en la reafirmación del necesario respeto de las rúbricas, sino en una formación profundizada basada en una inteligencia de la acción. Desarrolla su concepción de un arte de celebrar cuyo objetivo es ser signo de la alegría del Evangelio. Para el Papa, el verdadero criterio de la vida litúrgica no es la conformidad con las reglas, ni un alarde ceremonial para defender la sacralidad de los ritos, sino la capacidad de anunciar el misterio de un Dios que se ha revelado en Jesucristo como un Dios de ternura y misericordia, un Dios que ama y muestra misericordia.

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