Jóvenes y liturgia

¿Irreconciliables?

Por Lino Emilio Díez Valladares, SSS

Nos preguntamos si estas jóvenes generaciones, caracterizadas por la familiaridad con las nuevas tecnologías de la comunicación y con lo que hemos denominado «mundo virtual», son todavía capaces de acceder a lo simbólico ritual, o si –por el contrario– la cultura contemporánea en la que están inmersas representa ya un punto sin retorno para la participación litúrgica.

La complicada relación que las  jóvenes generaciones tienen con la liturgia es una de las urgencias que la pastoral, especialmente la pastoral litúrgica, está llamada a afrontar.

El proceso de alejamiento de los jóvenes de la liturgia se ha visto probablemente acelerado por la falta de una adecuada formación litúrgica, por la carente iniciación al lenguaje simbólico-ritual, así como también por una forma ritual excesivamente distante o equivocadamente cercana a la sensibilidad juvenil.

Con ocasión del pasado Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, de la mano del papa Francisco, la Iglesia decidió asumir el desafío de una reflexión seria y valiente sobre la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones: fe que se nutre de Palabra

(anuncio y catequesis), vive de la experiencia del Resucitado (liturgia) y se manifiesta en opciones concretas de testimonio (caridad).

¿Qué hacer?

En primer lugar, alejar la tentación de resignarnos dejando que el río fluya; tener el valor de escuchar la voz de los jóvenes, asumiendo incluso 

críticas severas sobre nuestro modo de celebrar. Resulta estimulante para nuestra pastoral litúrgica, teniendo en cuenta la situación descrita, la inquietud manifestada por los jóvenes participantes en el Sínodo episcopal del pasado mes de octubre: «Dadnos una liturgia más bella y participada, para que, a través de la liturgia, podamos vivir una experiencia de Dios»; el cardenal arzobispo de Bombay, Oswald Gracias, en rueda de prensa, calificó el hecho como una «verdadera sorpresa».

Una liturgia más bella

La belleza en la liturgia no consiste en el artificio y el cuidado de la imagen o en los efectos especiales, sino en la dignidad, humildad y sencillez de movimientos, comportamientos y gestos de todos los actores, sin caer en el protagonismo. Conviene recordar lo que afirma al respecto la Constitución litúrgica conciliar: «Los ritos deben resplandecer con noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los fieles y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones» (Sacrosanctum Concilium, 34).

Y participada

Una liturgia más participada, si no se entiende correctamente, corre el riesgo de caer en el «eficientismo» en detrimento de la eficacia de la liturgia: no participa más quien más interviene, sino quien más profundiza en la comprensión plena del Misterio celebrado y la expresa siguiendo la ritualidad litúrgica hecha de gestos y palabras. Es clara también en esto la misma Constitución: «Para promover la participación activa se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales. Guárdese, además, a su debido tiempo, un silencio sagrado» (SC 30).

Para que, a través de la liturgia, podamos vivir una experiencia de Dios

En la liturgia los jóvenes quieren encontrar a Cristo y rechazan cualquier otra forma celebrativa que distraiga la atención de él. Para que ello suceda baste recordar cuanto afirma el texto conciliar: «Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz”, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20)» (SC, 7).

Para que los jóvenes puedan redescubrir la liturgia como experiencia de encuentro con Cristo, no hace falta romperse la cabeza inventando o elaborando quién sabe qué estrategias, sino sencillamente vivir y proponer la liturgia como es, y más que tratar de llevar la liturgia a los jóvenes, acompañar a los jóvenes a la liturgia.

Los Padres sinodales, en el Documento final de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, acogiendo con agradable sorpresa la provocación de los jóvenes presentes en la asamblea, al intentar dar una respuesta, pusieron de manifiesto una orientación y, por tanto, una propuesta de trabajo, con sabiduría y gran equilibrio: «Los jóvenes han demostrado ser capaces de apreciar y vivir con intensidad celebraciones auténticas en las que la belleza de los signos, el cuidado en la predicación y la participación comunitaria hablan realmente de Dios. Por tanto, es necesario favorecer su participación activa, pero manteniendo vivo el asombro por el Misterio; salir al encuentro de su sensibilidad musical y artística, pero ayudándolos a entender que la liturgia no es puramente una expresión de sí misma, sino una acción de Cristo y de la Iglesia» (n. 134).

La clave está en el «pero» de la última frase, es el que marca la diferencia, y es precisamente ahí donde hay que trabajar, ¡para que la diferencia venza a la indiferencia!

Lino Emilio Díez Valladares, SSS

Instituto Superior de Pastoral, Universidad Pontificia de Salamanca

Párroco de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, Madrid

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