Dic 13, 2022 | Cooperador paulino

Navidad: Un profundo silencio entre el pesebre y el altar

Cooperador paulino

Por Antonio Lara Polaina

Presbítero de la Iglesia de Jaén

«Cuando todo guardaba un profundo silencio, al llegar, la noche al centro de su carrera, tu omnipotente Palabra, Señor, bajó de los cielos desde el solio real»
(Sabiduría 18,14-15: Introito Misa Domingo II después de Navidad).

UNA ESPERA alegre nos acerca a aquel «profundo silencio, al llegar la noche», aquella primera medianoche del Nacimiento del Salvador. Un silencio sereno que nos hace entrar en el Misterio. Solamente si entramos en el silencio, podremos llegar al lugar donde se encuentra el pesebre. En esa atmosfera verdadera de Belén, donde «tu omnipotente Palabra, Señor, bajó de los cielos». Es el silencio que nos permite escuchar verdaderamente la palabra de Dios, que «hoy» se ha hecho carne. Un profundo silencio que se produce entre el pesebre y el altar. El silencio de la noche, que se rompe por el canto de la Calenda o el anuncio gozoso de la Navidad. Una noche donde vamos entrando en el Misterio.

El altar se convierte en pesebre

La Liturgia de la Misa de Medianoche nos está pidiendo una entrada silenciosa, con el canto que rompe el silencio de la eternidad, precedido por el repique de campanas, que ha hecho salir a los fieles cristianos, guiados por la estrella de su fe, desde sus hogares hasta las iglesias, para celebrar la tradicional Misa del gallo. Campanas que volverán a repicar en el «Gloria a Dios en el cielo…», el primer canto o villancico navideño de la historia, que no proviene de los seres humanos, sino que se trata del cántico de los mismos ángeles.

Pero, ¿qué clase de gloria es la que contemplamos? Un pesebre, un niño que duerme, un matrimonio pobre, María, recogida en silencio, y el silencioso José, unos pastores…

El evangelista san Lucas nos dice: «Un ángel del Señor se les presentó y la gloria del Señor los envolvió de claridad… y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: “No temáis, os traigo una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”» (Lc 2,8-14: evangelio Misa de Medianoche).

Todos los que se juntan en el pesebre aquella noche son hombres y mujeres de paz. Los primeros la Sagrada Familia, María, José y el Niño, el verdadero príncipe de la paz. También los pastores y los sabios, que fueron al encuentro del Señor del mundo. En este anuncio es precisamente donde se revela la gloria de Dios, que envuelve con su claridad no solo a los primeros que se acercaron al pesebre, sino a todos nosotros que, en esta noche, hodie (hoy), también velamos en oración.

La Liturgia de la Misa de Medianoche nos está pidiendo una entrada silenciosa, con el canto que rompe el silencio de la eternidad, precedido por el repique de campanas.

Gloria y luz recogidas en el corazón de la celebración: «Porque, gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente, Él nos lleve al amor de lo invisible» (Prefacio I de Navidad).

Allí es donde ahora el Señor se nos hace presente. Y el altar se convierte en pesebre, los manteles y el corporal son aquellos pañales de Belén, donde se actualiza para nosotros el mismo y único misterio con la celebración de la Eucaristía. Por eso existe una profunda relación entre el pesebre y la cruz, entre la Navidad y la Pascua, tanto que aún nos felicitamos deseándonos «felices Pascuas».

El silencio de esta noche envuelve el altar, convertido en pesebre, el corazón y el centro de cualquier iglesia, el espacio del silencio contemplativo y adorante por excelencia. No podemos conformarnos solo con el belén de la iglesia, o con la imagen del Niño sobre un pesebre, sino que nuestra atención y nuestra vivencia ha de llegar hasta el mismo «altar», a la mesa de la Eucaristía, que es el «símbolo» del Misterio de Cristo, símbolo de su Cuerpo místico, que es la Iglesia, el único «lugar» permanente de su Nacimiento y de su Pascua. Hacia él nos acercamos, con la misma sencillez de aquellos pastores; y aunque traemos demasiado poco, intentamos llevar el regalo de la fe, la misma que hemos expresado de rodillas en el Credo, al pronunciar las palabras «y se hizo hombre».

Para la oración, la comunión y el silencio

El altar, durante la celebración de estos días de la Navidad, es para la oración, el diálogo, la contemplación, la comunión y también para el silencio. Hacia él nos dirigimos los fieles, sobre todo para la alabanza y la acción de gracias, con una mirada de fe, dirigiendo nuestros ojos hacia la patena y el cáliz, donde se hace «hoy» presente el mismo Cristo, que nació en Belén.

El niño Jesús

 

 

 

 

Hay un silencio adorante y festivo que prolongamos después de la Comunión eucarística. Un silencio que deja paso al canto de los tradicionales villancicos, que acompañan este gesto de adoración al acercarnos a besar al Niño Dios.

Y la noche da paso a la claridad del alba con la Misa de la Aurora, la segunda Misa tradicional, la de la adoración de los pastores, y seguidamente la Misa del día de la Navidad, la tercera. Es como si la Iglesia, quisiera mantenernos reunidos a los creyentes, para que la alegría de este gran día penetre en nuestras almas. En el evangelio de la tercera Misa de Navidad se nos introduce de lleno en la belleza del misterio: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios… Y el Verbo se hizo carne, y acampó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo Único del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,1-18: evangelio Misa del día de Navidad).

Incorporando la piedad del pueblo cristiano

La Navidad es una celebración muy arraigada en la piedad eclesial y en la religiosidad popular, donde se hace presente: palabra, oración, canto, imagen, Eucaristía, repique de campanas, incienso, villancicos, usos populares, regalos… (cf Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia. Principios y Orientaciones [DPPL], 109). De nuevo la mimesis (imitación) de los gestos quiere ayudar a la anámnesis (memorial) del sacramento a poner el corazón del pueblo sencillo en el misterio que se celebra.

El mensaje para una catequesis completa debería contar también con los villancicos, los nacimientos vivientes, el árbol de Navidad, etc.

La piedad popular intuye los valores que se esconden en el misterio de la Navidad y está llamada a cooperar para salvaguardar la memoria de la manifestación del Señor, frente al consumismo y al neopaganismo (cf DPPL 108), tan presentes en estos días.

El mensaje para una catequesis completa debería contar también con los villancicos, los nacimientos vivientes, el árbol de Navidad, etc. Y en la predicación convendría que se hiciera referencia a otros temas de gran importancia pastoral: la familia, la infancia, la paz, Oriente, el bautismo, etc.

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