NO EXISTE UN «DERECHO» A LA EUTANASIA

Luces iluminadoras del Vaticano para el debate

José Antonio Varela Vidal (periodista)

El hecho de que alguien tenga una enfermedad «incurable» no significa que sea «in-cuidable». Por ello es importante ver al paciente en una dimensión integral, a fin de que en todo momento reciba apoyo físico, psicológico y familiar.

Hace tiempo que a los enfermos terminales o desahuciados se les «duerme», a fin de que, en un estado inconsciente e indoloro, transiten en su paso al más allá. Esta práctica, que no es la eutanasia en su sentido estricto, es ponderada por la reciente carta de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, titulada Samaritanus bonus (El buen samaritano), que abarca el delicado –y a veces polémico– cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida.

Quienes pensaban encontrar una rendija por donde filtrar sus acciones eutanásicas y eugenésicas (esto último en los niños por nacer), en el interior de los establecimientos de salud o en los mismos hogares, se toparon con una respuesta sólida e inamovible de la Santa Sede: «La vida humana es un bien altísimo y un don sagrado e inviolable (…). Y rechaza todo acto contrario a ella».

El buen samaritano, hoy

El documento invita a tener, ante los enfermos terminales, las mismas actitudes y el corazón del buen samaritano de la parábola, que desvía su camino y socorre a una víctima herida. El relato bíblico describe que él «no solo se acerca, sino que se hace cargo del hombre», en palabras del papa Francisco, invitando así al cristiano a mostrar una «caridad sobrenatural», que no es propia de este mundo.

El documento vaticano Samaritanus bonus reafirma la posición a favor de la vida en el Magisterio de la Iglesia, que está basado en la ley moral natural.

Foto por Rod Long en Unsplash

En relación a casos extremos, donde se reconoce la imposibilidad de curar, se le recuerda al personal sanitario que allí no termina su tarea. Pues el hecho de que alguien tenga una enfermedad «incurable» no significa que sea «in-cuidable». Por ello es importante ver al paciente en una dimensión integral, a fin de que en todo momento reciba apoyo físico, psicológico y familiar.

Y como complemento, el texto hace una llamada a los capellanes y agentes pastorales de la salud para «ayudar al enfermo a persistir en la gracia santificante y a morir en el amor de Dios».

Esta invocación se debe a que, ante «el miedo al sufrimiento», el paciente terminal, muy desesperado, puede sentirse tentado a «controlar y gestionar la llegada de la muerte», anticipándola con la petición de la eutanasia o del suicidio asistido.

Tratamientos limitados

Consciente de la problemática y, como experta en humanidad, la Iglesia señala que, ante la proximidad de la muerte por una enfermedad incurable, ni los médicos ni las familias deben «ensañarse» en la aplicación de tratamientos terapéuticos inútiles. A veces, esto ya no trae ninguna mejora al paciente, sino que más bien le hace sufrir con medidas desproporcionadas que vuelven más precaria su salud.

Frente a una delgada línea límite –que a veces trae dilemas éticos– el documento establece que, la retirada de los cuidados o suspensión de los tratamientos no debe aplicarse a quienes están en condiciones críticas, pero no son enfermos terminales, así hayan dejado firmada la denominada «voluntad anticipada de tratamiento».

Lo dicho anteriormente no niega lo referido al deber de alimentar e hidratar al paciente, lo que es calificado como «ineludible». Esto, que contribuye a asistir las funciones fisiológicas esenciales, no puede ser suspendido a menos que «no resulte de algún beneficio al paciente, porque su organismo no esté en grado de absorberlo o metabolizarlo», precisa el texto.

Sin embargo, aquello no es tampoco una anticipación de la muerte, sino que «se respeta la evolución natural de la enfermedad crítica o terminal».

Una espera analgésica

Si retomamos el inicio de este artículo, es un hecho que vemos cada vez más, entre nuestros amigos y familiares graves o desahuciados, lo que es la inducción al sueño sin retorno. También podemos incluir aquí a los que no pueden respirar sin auxilio externo y deben ser «entubados», hasta que les llegue la muerte natural prevista, ya en un estado inconsciente.

El documento vaticano presenta estos casos como lícitos, y los reconoce como «supresión de la conciencia» o sedación, con el fin de ofrecer a los pacientes un final de vida «con la máxima paz posible y en las mejores condiciones interiores». Y esto incluye a los niños y a los neonatos.

Recuerda el texto que esta práctica, siempre extrema, debe estar precedida de una preparación psicológica, afectiva y espiritual, de preferencia con la administración de los sacramentos para quienes lo deseen y reúnan las condiciones.

Sin embargo, advierte, citando al papa Francisco, que «cualquier administración que cause directa e intencionalmente la muerte es una práctica eutanásica y es inaceptable». Por ello –y lo precisa también la carta–, el paciente que pidió y firmó consciente y de modo voluntario el suicidio asistido o la eutanasia no podrá recibir en conciencia los «sacramentos de curación», como son el de la reconciliación y la unción de los enfermos y, por lo tanto, tampoco la Eucaristía.

La Iglesia señala que, ante la proximidad de la muerte por una enfermedad incurable, ni los médicos ni las familias deben «ensañarse» en la aplicación de tratamientos terapéuticos inútiles.

Promover la vida

Como hemos visto, la carta Samaritanus bonus reafirma la posición a favor de la vida en el magisterio de la Iglesia, que está basado en la ley moral natural. Se evitan así las ambigüedades que viven a diario muchas personas y familias, expuestas a la «cultura del descarte» y que es denunciada como «inhumana» por el mismo Francisco.

Reafirma la carta que la eutanasia «es un crimen contra la vida humana (que) causa directamente la muerte de un ser humano inocente». Por lo tanto, para quienes lo impongan, lo promuevan, lo soliciten, colaboren o lo ejecuten, se convierte en un «acto intrínsecamente malo, en toda ocasión y circunstancia».

Cita el texto un documento de 1980, del mismo dicasterio de la fe, el cual afirma que toda forma de eutanasia «es una violación a la ley divina, una ofensa a la dignidad de la persona humana, un crimen contra la vida (y) un atentado contra la humanidad». Un acto homicida desde el ángulo desde el que se quiera ver.

A fin de que el personal sanitario no se vea obligado a participar en un acto eutanásico, la Santa Sede recuerda que ante este hecho ilícito «se debe negar siempre cualquier cooperación formal o material inmediata».

E incluso va más allá, pues invita a los agentes sanitarios a «desobedecer la ley para no añadir injusticia a la injusticia». Esto en relación a que no existe el «derecho» al suicidio ni a la eutanasia.

Y finaliza encomendando a los centros médicos de inspiración católica, «abstenerse de comportamientos de evidente ilicitud moral (y) superar las fuertes presiones económicas que inducen a aceptar la eutanasia». El refrán ya lo dice: «La esposa del César no solo debe serlo, sino parecerlo».

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