Testimonios vocacionales de la Familia Paulina

José Lozano y Maite Ballesteros, ISF (Cooperador Paulino nº 185, pp 20)

Nuestra consagración en el Instituto Paulino Santa Familia significó la aceptación, por parte de Dios, de la entrega a Él que ya habíamos hecho en privado en el sacramento del Matrimonio.

José Lozano y Maite Ballesteros

Instituto Santa Familia

La realización más hermosa de nuestro matrimonio fue cuando el Señor tuvo a bien, en su infinita bondad, llamarnos a la consagración en el Instituto Paulino Santa Familia. Esto significó la aceptación, por parte de Dios, de la entrega a Él que ya habíamos hecho en privado en el sacramento del Matrimonio.

Nuestro ideal era vivir para los demás; trasmitir, en la medida de nuestras posibilidades y en las actividades que habíamos de emprender, nuestra fe en Cristo, lo maravilloso que es seguirle y la plenitud que llena el alma cuando te confías a Él.

Dios nos dio la oportunidad, primero, con la docencia. Aquellos niños que Él puso en nuestras manos eran cera dúctil, y en ellos pudimos imprimir el amor a Jesús y los valores humanos de generosidad, laboriosidad, respeto y compañerismo. ¡Con cuánta ilusión los vimos asimilar estos principios! En ese campo encontramos la ayuda de las Hijas de San Pablo. Con ellas iniciaríamos nuestra andadura paulina.

Fue en ese tiempo cuando conocimos y nos sedujo la forma genial del apostolado paulino: llevar la palabra de Dios con los medios de comunicación. Qué campo tan universal abarcaban los imitadores de san Pablo. Es impensable adónde pueden llegar con estos medios. Sentimos que la vocación a esta admirable Familia daba un nuevo plus a nuestro matrimonio, una forma nueva de vivir por y para Cristo.

Así hemos caminado siempre los dos, de la mano, en pos de Jesús.

Más tarde, el Señor nos llevó por los caminos de la peregrinación jacobea. Allí también había un vasto campo para llegar a las almas, con mucha paciencia, amor, comprensión y entrega total. En esos caminos pudimos ver cómo muchas personas encontraban a Dios; rehacían su vida humana y espiritual. Fueron unos años fecundos de apostolado, todo y solo por la gracia de Dios que tocaba los corazones, pues bien, seguros estamos de que por nosotros mismos nada hubiéramos podido hacer.

Así hemos caminado siempre los dos, de la mano, en pos de Jesús. Pero ¡ah!, Dios encontró a mi esposo preparado ya para entrar en la Compostela celestial. Ahora me queda el camino y tiempo que Dios quiera. Miro cada día a mi José, y él me alienta a proseguir; me espera en la meta. ¡Lo sé!